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En 1978, en un texto que no ha tenido la difusión merecida, 68 Superiores Generales de Órdenes y Congregaciones religiosas declaraban que ellos veían "el desarrollo integral de los pueblos como una tarea muy importante de nuestra misión religiosa en el mundo". Y añadían: "Estamos con vencidos de que la vida evangélica nos llama a nosotros, miembros de institutos religiosos, a realizar una función profética y crítica".
Quizás este texto haya salido demasiado tarde para muchos de los que contribuyeron para hacerlo posible, mientras otros muchos lo considerarán como una "concesión" al espíritu de los tiempos o a los discursos "revolucionarios" de los que "se han salido" por haber discernido los signos de los tiempos cuando todavía no eran más que indicios.
Ya que este comunicado apunta a "realizar una función profética", quizás ha llegado el momento de intentar un esbozo del análisis (crítico) y del discernimiento (profético) de lo que está en juego y de la aptitud de la vida religiosa para responder a ella.
Desde hace algunos años las cuestiones subyacentes a esta problemática están a punto de salir a la superficie gracias a la "concienciación" de innumerables religiosos y religiosas en la línea de "combate por la justicia" que el Sínodo de 1971 sobre la "justicia en el mundo" considero, juntamente "con la participación ,en la transformación del mundo..., como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio que es la misión de la Iglesia para la redención de la humanidad y su liberación de toda situación opresora". Aprobado sin dificultad, este texto del Sínodo no ha entrado en la vida de la Iglesia sin resistencias: discusiones sobre palabras han servido para ocultar rechazo a lo que se decía.
En el origen de la vida religiosa en el cristianismo encontramos una "huida del mundo" que siempre ha estado en tensión con la construcción del mundo, en la cual el cristianismo ha estado a punto de perder su alma, pero en la cual redescubre, como a través de la muerte, que debe reemprender esta construcción del mundo con nuevos bríos, ya que es constitutiva de la religión o del culto a Dios, según el espíritu de la antigua y nueva alianza.
Para avanzar en este análisis y en este discernimiento es importante tener en cuenta una modificación reciente en los datos del problema: la religión ya no es un factor de resignación ante el orden de las cosas, sino un factor de insurrección contra el desorden establecido, un motor de transformación de las estructuras que producen el subdesarrollo, una identificación con la liberación.