dc.description | Difícil hablar teológica e históricamente de Monseñor Romero sin verse forzado a hablar del pueblo y del pueblo de Dios, de un pueblo que, como el siervo de Yahve ni siquiera tenía faz humana, ni siquiera tenía faz de pueblo y que, poco a poco se fue convirtiendo no solo en verdadero pueblo sino, a la vez, en pueblo de Dios. Monseñor Romero quería hacer de su pueblo un verdadero pueblo y para lograrlo le descubría su estado de postración y explotación injustas, le anunciaba el futuro que Dios quería para él y le animaba a la lucha en busca de su verdadera y completa liberación. Pero, al mismo tiempo, le importaba sobremanera que la Iglesia se constituyese como verdadero pueblo de Dios y poco a poco fue dándose cuenta de que sólo acercándose al pueblo, de que solo encarnándose en él, en sus dolores y en sus luchas, en sus alegrías y en sus triunfos, de que solo siendo el verdadero pueblo de Dios podría la Iglesia ser el cuerpo de Cristo en la historia {Segunda Carta Pastoral).
Por eso, si es difícil hablar de Monseñor Romero sin hablar de las luchas del pueblo y de la santidad del pueblo de Dios, es fecundo y útil volverse a lo que fue su vida, su predicación y su martirio para hablar con realidad y con eficacia de lo que ha de ser el pueblo de Dios, de lo que ha de ser la Iglesia, si quiere ser el signo eficaz de una salvación total Y si quiere seguir siendo lo que Jesús fue en la historia de Israel y en su vida mortal. Monseñor Romero, en los breves tres años de su vida pública como Arzobispo de San Salvador, se ha convertido en uno de los más grandes profetas de la Iglesia en América Latina. Y una de las explicaciones más profundas de esa grandeza pasa por el reconocimiento, que él fue consiguiendo poco a poco, de que el pueblo de Dios no puede entenderse más que desde el pueblo y de que el pueblo necesita llegar a ser pueblo de Dios para alcanzar su plena dimensión histórica y su cabal trascendencia teológica.
Desde esta perspectiva es claro que mi enfoque del verdadero pueblo de Dios es, a la vez, histórico y teológico. Histórico en el sentido de que tiene que ver con la realidad histórica, con lo que al pueblo le está ocurriendo aquí y ahora, con sus afanes y luchas de cada día, con su proceso real de liberación. Teológico en el sentido de que se habla al mismo tiempo de algo que tiene que ver muy directamente con Dios, de algo en que lo histórico se hace transcendente, pero no saliéndose y escapándose de la realidad social de la historia sino ahondando y quedándose en ella para captar el Espíritu que la anima, para lanzarla hacia el futuro negando los límites del presente y rompiendo las limitaciones que la muestran llena de heridas y de pecados. | |