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La vida espiritual es algo tradicional en la vida religiosa. Sea cual fuere su última esencia y sean cuales fueren sus prácticas, la vida espiritual es tradicional porque se nos entrega de generación en generación; y en esa entrega se presupone su obvia importancia y necesidad.
No es de extrañar, por lo tanto, que periódicamente los superiores nos recuerden su importancia y necesidad. El P. Arrupe ha insistido últimamente para nuestra provincia en la necesidad de mantener y acrecentar el vigor de la fe otra forma de mencionar la vida espiritual en un nuevo lenguaje, pues sin él, nuestro trabajo apostólico carecerá de su última raíz y estará amenazado desde dentro.
La tradición secular de la vida espiritual y el recordatorio periódico de su importancia nos debería llevar a tomar en serio la vida espiritual. La experiencia acumulada de siglos no suele engañarse en cosas de esta naturaleza, sobre todo cuando se trata de realidades que atañen a la constitución de la persona y de grupos de personas, pues en ellos persisten ciertas constantes a lo largo de la historia, aun cuando ésta cambie. A mi entender, todos intuimos, sea cual fuere nuestra comprensión de la vida espiritual, nuestras prácticas y nuestras críticas a determinadas concepciones y prácticas que este tema es de suma importancia y decisivo para la vida religiosa.