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Las causas de la crisis de identidad que sufre la izquierda latinoamericana son conocidas e incluyen: el fracaso político y económico del llamado “socialismo real”, la consolidación y cristalización del mercado global, la crisis ambiental y el surgimiento de movimientos sociales y realidades no reconocidas por el vocabulario conceptual del marxismo tradicional. Estos factores también contribuyeron al agotamiento de los movimientos revolucionarios del continente y al fracaso de la revolución nicaragüense en la década de 1980.
La crisis actual de la izquierda puede significar su estancamiento y desaparición como fuerza de cambio. Pero también puede transformarse en el inicio de un esfuerzo para lograr eso que Susana Luminato llama “la ampliación de la racionalidad establecida” y la posibilidad de vislumbrar “realidades emergentes, aún desconocidas” (Luminato, 1994, 32).
Este libro apuesta a la segunda posibilidad: las dudas y la confusión que reinan entre los sectores de la izquierda de América Latina pueden capitalizarse teóricamente. Las crisis son frecuentemente el punto de partida para reformular las preguntas que nos hacemos frente a la vida y la historia. Y si algo necesita la izquierda latinoamericana es, precisamente, eso: nuevas interrogantes que, sin desligarnos del conocimiento de la historia del mundo, nos obliguen a poner nuestra mirada sobre los espacios olvidados de nuestra propia historia. Preguntas e interrogantes que, sin ignorar el pensamiento teórico existente, nos empujen a pensar por nosotros mismos y a partir de la especificidad de nuestra realidad. Preguntas e interrogantes que nos obliguen a prestar atención a la dimensión de la realidad más ignorada por el pensamiento de la izquierda latinoamericana: la dimensión subjetiva de la realidad; es decir, la estructura de valores y significados que definen la cultura y la moralidad social, y la ética, como un eje normativo que sirve para definir la posición de cada persona frente a la moralidad dominante en una sociedad.
De sobra se sabe que para cambiar la realidad es necesario contar con un pensamiento político revolucionario. Menos discutida es, sin embargo, la necesidad de asentar la articulación de este pensamiento en una ética transformadora.
Una ética transformadora es una posición normativa frente a la vida, la historia y la sociedad, que empuja a los in-dividuos y las organizaciones políticas a luchar para cambiar la realidad existente. Es, en otras palabras, una visión del deber ser que le permite a los individuos y a las organizaciones políticas evaluar la moralidad dominante en una sociedad, así como sus expresiones institucionales. Cuando esta evaluación es negativa, la visión del deber ser puede desarrollarse hasta transformarse en una propuesta o propuestas para la reorganización de la sociedad.
Cualquiera que visite La Chureca en Managua, por ejemplo, puede darse cuenta de que algo funciona mal en Nicaragua. Esta misma persona puede pensar que es posible mejorar el funcionamiento de la sociedad nicaragüense para evitar que haya gente que, para sobrevivir, tenga que comer los desperdicios descompuestos que otros desechan.
Esta misma persona puede decidir luchar contra esta injusticia. Como resultado de esta decisión, posiblemente buscará entender el porqué de La Chureca y al hacerlo, encontrará que el hambre y la indignidad que se manifiesta en el basurero de la capital nicaragüense, forma parte de un sistema organizado: es el producto de una moralidad social y de una manera de estructurar el poder en concordancia con esta moralidad. Encontrará, entonces, que la Chureca no es el producto de la casualidad, sino de la causalidad de un conjunto de variables políticas, económicas y culturales que integran eso que llamamos la realidad de la sociedad nicaragüense.
Lo normativo y lo explicativo, entonces, pueden mezclarse y reforzarse mutuamente. La intensidad con la que el individuo experimenta la necesidad de transformar la sociedad puede aumentar a través de un mejor conocimiento de la organización, distribución y funcionamiento del poder. A su vez, la intensificación de lo normativo puede ser un aliciente para profundizar el conocimiento de la realidad.