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Nadie contribuye muchas veces tanto a desacreditar la política que los políticos mismos. Es evidente que no son los únicos, pero son los más tenaces y persistentes en precipitar la política por callejones obscuros y obscenos. Ante la descentración de la política provocada por los medios, al alzarse como lo mediadores contemporáneos más importantes entre la ciudadanía y los despojos e ineficacia del actual Estado, es evidente que los medios continúan su labor de zapa erosionando las bases sobre las que se ha asentado la política tradicional.
En el caso de Nicaragua y recorrido la mitad de un año electoral, las mediciones de la ciudadanía sobre el pobre desempeño del Legislativo y las contradicciones internas evidentes que vive el Poder Judicial, ratifican la necesidad del cambio o de un viraje sustancial de quienes conducen el accionar de los aparatos de Estado. Sobre este punto existe un consenso generalizado. Las demandas son explícitas. La ciudadanía exige otra conducta de parte quienes detentan y riñen por retener o apoderarse del aparato estatal.
La otra cara de la moneda la constituyen los roces, las refriegas, las constantes deslegitimaciones entre los distintos actores políticos y los intentos desesperados de conducir al país por los caminos infernales de la polarización a ultranza. No cabe duda. Los cargos políticos de elección popular merecen más que una misa. Aunque con su comportamiento lo que están reeditando en Nicaragua ciertos políticos es una especie de drama, en donde sus cantinelas parecieran encaminadas a entonar un último responso al futuro mediato de las instituciones políticas y de rebote continuar debilitando los Aparatos de Estado.
Los resultados de las encuestas son contundentes. Casi sin excepciones, la mayoría cuando no la totalidad de los encuestados, al tomárseles el pulso, colocan a las instituciones políticas no sólo al Estado también a los partidos, como poco fiables al no gozar de la simpatía y confianza ciudadana. Los saldos durante los últimos años han sido constantes. Aparecen hundidos en los últimos lugares, cargadas de desprestigio. Algo sobre lo que deberían estar interesados en evitar o revertir a la mayor brevedad, las distintas fuerzas políticas nicaragüenses.
Contrario a lo que ustedes pueden suponer eso a mí no me alegra. Estas afirmaciones no las hago con el propósito de cargar la mano y sumarme al coro de los descorazonados. Todo lo contrario. Mi enfoque transita por otros derroteros. En mi ánimo cunde el deseo de insistir sobre la necesidad de cambiar los estilos y las formas de hacer política en Nicaragua. Cuando se habla de una reinvención de la política y de la urgencia de redefinir una nueva agenda que tome en cuentas las demandas más apremiantes de una población empobrecida que entre sus componentes una parte de campesinos y obreros agrícolas baja de las montañas para no morir de hambre, se acentúa la urgencia de realizar con celeridad un viraje radical a las formas gastadas de hacer política en Nicaragua. Aunque algunos tontos lo olviden, el Estado en su naturaleza actual está para compensar y revertir las iniquidades sociales y económicas. Esto no solo lo pienso yo. Es lo que sostiene el actual presidente del Banco Mundial. ¡Sí! El presidente del Banco Mundial. Para ser creíble el discurso hace falta conjugarlo en todos sus tiempos y modalidades con la realidad actual.
Sin embargo, con una especie de ceguera congénita, la mayoría de los aspirantes a cargos de elección popular, pareciera no importarles esta realidad brutal, que precipita y desacredita a la política y a los políticos en Nicaragua. Debemos estar convencidos, que ante los nuevos desafíos que supone la globalización, la cual se traduce en la implementación de los planes de ajuste estructural, hace falta, mucha falta, imaginación, sentido del tiempo y contrapropuestas audaces, así como también hace falta propiciar y auspiciar nuevos valores sociales, económicos, políticos y culturales. Insistir en las reformas de segunda generación como gusta llamarles a los expertos, luego de comprobar a través de los hechos las limitaciones del denominado consenso de Washington. Abrirse a la participación ciudadana e incrementar las inversiones en el campo social. En salud y educación. Nunca como ahora aunque sea de manera indirecta, se reconoce la necesidad de disminuir las escandalosas brechas sociales que trae aparejado el proceso de globalización.
Los medios por su parte pueden favorecer una corriente de esta naturaleza. Para eso se requiere distanciamiento, objetividad y terminar con el sectarismo y el ciclo de los compromisos unilaterales.
Pese al desarrollo y a los cambios experimentados, algunos medios, muchas veces disfrazados de una imparcialidad mentirosa, lejos de tomar en consideración las necesidades ciudadanas, estas les sirven de pretexto para impulsar sus políticas informativas y editoriales con un velado acento parcializado y con una manifiesta inclinación de la balanza a favor de determinadas corrientes partidarias. Eso no está mal. Lo malo es cerrarles el espacio a los demás actores con los que no se sienten identificados.
No sé cuanta receptividad y empeño están dispuestos a poner de su parte los políticos para tratar de reconducir el proceso electoral. Con las excepciones de rigor, la descalificación y la verborrea continúan siendo una de las armas más pobres de las que echan mano los políticos. Lo que se requiere es de un nuevo estilo, un nuevo lenguaje, pero sobre todas las cosas, de programas de gobierno realistas que incorporen de manera sustancial las más agudas carencias de la ciudadanía nicaragüense. Todavía estamos atrapados en el siglo pasado.
Los medios han venido repitiendo en base a la lectura de diversas encuestas, que a la ciudadanía pareciera interesarle cada día menos la política. Este hecho aparece más como una realidad inobjetable, que como un fantasma para meter el mono, algo que no deseo ni quiero que ocurra en Nicaragua. Los números reales los conoceremos durante el próximo cotejo electoral del 4 de noviembre. Una poca asistencia a las urnas implicaría un retroceso en lo poco que hemos avanzado hacia la democratización del país. Veremos si los políticos son lo suficiente sensibles como para dar ese golpe de mano encaminado a hacer de la política en el Siglo XXI, un ejercicio necesario, insoslayable, aun con los cambios y redefiniciones que se han producido en su interior, como resultado inevitable de la revolución mediática, la punta de lanza de la globalización. Seamos optimistas. Todavía queda tiempo para rectificar. ¡Esperemos que así sea!