El epígrafe que precede a este texto revela con precisión el estado de ánimo con que inicié su escritura: mucho miedo y desazón. En un inicio, para poder empezar, tuve que forzarme, controlar mi ansiedad. Ocurre que el velasquismo es un fenómeno traumático, reprimido. Una historia tabú. Una ruina que no se visita. Hablar de ese período, de esa figura, es inquietante y contencioso. Aburrido y sinsentido. De hecho las valoraciones sobre Velasco y su época son muy distintas entre las clases sociales y las generaciones. Para las clases dominantes el velasquismo es algo que nunca debió haber existido, una anomalía que debe olvidarse lo más pronto posible. Pero entre los subalternos muchos consideran al gobierno de Velasco como el mejor de la historia reciente. Sea como fuere, el “suelo conversacional” es muy disparejo. Regresar a esa época es como descender a un subterráneo, oscuro y ruidoso; un laberinto poblado de fantasmas. Así, en el inicio de la investigación podía escuchar dentro de mí el eco de múltiples voces diciendo cosas totalmente opuestas. En verdad, no tenía un pensamiento que pudiera considerar propio. Aunque, de otro lado, quería tenerlo. Mi apuesta era construir una narrativa sobre el velasquismo que confronte, y haga dialogar hasta el consenso, las distintas (des)memorias hoy vigentes sobre la “revolución de las fuerzas armadas”.