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EN LA ACTUALIDAD EL FENÓMENO MIGRATORIO SE HA CONSTITUIDO EN EL mayor desafío para las sociedades desarrolladas, especialmente de Europa y Estados Unidos, ya que pone a prueba los valores de libertad, igualdad y fraternidad que fundamentan el discurso emancipador de los derechos humanos que dichas regiones promueven desde hace más de 200 años. Paradójicamente, mientras se sigue proclamando la universalidad de tales derechos y la igualdad de las personas, la práctica de los países desarrollados se caracteriza por la implementación de políticas migratorias restrictivas y de criminalización que condenan a la ilegalidad a millones de personas. En este sentido, la intención de este artículo es aportar una prueba más de la esquizofrenia que subyace en la actitud de los países receptores en torno a la migración, pues por un lado proclaman una visión de los derechos humanos de todas las personas sin discriminación alguna, pero por otro lado, tal visión se fractura cuando un migrante llega a sus fronteras, y sus derechos, que deberían ser reconocidos “universalmente”, se esfuman ante la exigencia de un documento que finalmente determina si tiene o no derechos.