Hace algunos días, en los pasillos de nuestra facultad, lugar donde por tradición se escenifican las más sabrosas discusiones sobre temas de interés jurídico, no tanto porque el rigurosos protocolo de la academia suele ceder el paso a intervenciones en las que los protagonistas, sin orden ni formato, a la limón exponen sus ideas; sino, porque el ambiente es propicio para que sin ambages ni inhibiciones, se aborden temas sinuosos sin contar con la calidad de especialistas, opiniones -acaloradas incluso- que en un ambiente poco más formas y comprometedor no sería posible oír. El tema en discusión giraba en torno de un caso práctico real sumamente interesante del Registro Público de la Propiedad Inmueble.