Las mujeres han sido frecuentemente consideradas como un sector poco atractivo para las instituciones crediticias. Sin embargo, esta idea es un mito que debe ser abandonado. A partir del examen de una experiencia concreta que ha tenido lugar en Nicaragua, la autora de este artículo plantea que las mujeres constituyen un tipo de prestatarias que, en virtud de las actividades económicas que se les asigna socialmente en el mercado ocupacional, pueden contribuir a diversificar la cartera de dichos programas y a mejorar su rentabilidad y sostenibilidad.