Aprender lecciones del pasado, realizar acciones concretas en el presente y delinear
el futuro nos permite mejorar y construir nuestras sociedades. La historia nos
señala que la energía era, antiguamente, suministrada principalmente por el sol, el
viento, la fuerza física (muscular) humana y animal y la madera (Solomon, 2011).
Con la evolución de las sociedades (concentración de la población en ciudades,
avances tecnológicos y otros) aparece el primer sistema energético mundial, basado en
el par carbón-vapor, y posteriormente pasamos a un nuevo orden: el petróleo.
En la actualidad un nuevo paradigma se perila en la gestión de los recursos energéticos
(Lafrance, 2002; Iacona et al., 2009), donde las energías renovables toman
de nuevo un lugar. La prueba es palpable: algunos países impulsan leyes, planes
y programas para fomentar el uso de energías renovables y para aumentar el
porcentaje de participación de dichas energías en la generación eléctrica mundial.
Hay quienes, de acuerdo con un contexto particular, ijan objetivos altos. Tal es el
caso de Dinamarca, que acaba de anunciar que, para el año 2050, toda la energía
consumida en ese país será de origen renovable