Diferentes dinámicas caracterizan la era posglobal, en particular
aquella en donde el mercado mundial es el actor principal
a la hora de usurpar las funciones del Estado-Nación,
asistiendo nosotros, como consecuencia lógica, al desmoronamiento
de las formas tradicionales de democracia representativa
soberana y a la reconiguración del orden político
y gubernamental por la que el gobierno y sus instituciones
se convierten en un puñado de oicinas administrativas de
una empresa más al servicio del capital inanciero, agrandando
la brecha, de por sí existente, entre los potentados
que fungen como representantes populares y los gobernados.