En el siglo viii, Juan Damasceno, en sus Discursos sobre las imágenes,
deiende que en la creación “todo es imagen y símbolo”1
y que la representación
sacra2
hace visible lo invisible. Esta simbología, que proviene de los
creadores de las religiones, expresada también por los poetas, muestra una
orientación absolutamente idealista, una tendencia a crear representaciones
para lo inasible, las relaciones del hombre con lo divino, con el universo y
consigo mismo.