Todo cambio de vida conlleva un poco de llanto. Nacemos llorando, sufrimos llorando, sentimos y lloramos; padecemos sollozando, lloramos por nosotros, por los otros, por la vida y por la muerte. Lo que desconocemos es que escribir nos atenúa y nos sujeta ante las contrariedades porque las lágrimas alivian y las letras curan.