Ya no me acuerdo cómo insultaba al manejar en Montevideo. Sí recuerdo que me conducía como una demente y que una noche hice caer por una calle en bajada el fusca de mis padres, apagado y en punto muerto, para demostrarle algo a unos amigos, ya no sé qué. La dueña de la camioneta donde terminó el recorrido de mi auto observaba la escena desde su balcón gritándome “tarada” sin que yo hiciera otra cosa que ponerme pálida del susto. Como digo, conducía como desquiciada e insultaba a quienes se toparan en mi camino con soeces palabras que ya olvidé.