Me iba el viernes a las 20.20 de mi oficina pensando qué escribir para esta tentadora invitación de periodismo literario. Me convencía de que ya no tengo ideas interesantes, pero a la vez hacía notas mentales de qué podría escribir. Pasé por el control de acceso con la tarjeta magnetizada, salí del parque científico en el que trabajo y pensé que de tanto leer se nos atrofia la imaginación. Y todavía lo pienso.