El Atlas de Michel Serres le proporciona al habitante del umbral del nuevo milenio una colección de mapas flotantes que esbozan cómo acontece el espacio, tanto en la intersección de relaciones móviles como en sus pliegues y fluctuaciones. Esbozando cuadros animados, el filósofo da cuenta del modo en el que una materialidad volátil emana de la megalópolis de acero y cristal. Allí, le ofrece al individuo una omnipresencia velada en sus travesías por las infinitas corrientes que nutren la Red mundial de información. La meditación de Serres sobre el espacio contemporáneo manifiesta que el denominado 'espacio virtual' es tan novedoso como arcaico, pues si bien las nuevas tecnologías le permiten al individuo morar en un espacio lógico, no hacen otra cosa que duplicar y reforzar lo que de suyo es virtual en el espacio. Tanto la filosofía de Leibniz como la de Lucrecio, enseñan a ver el espacio en su carácter intermedio, haz de potencialidades a punto de actualizarse, juego entre presencia y ausencia. Precisamente, entre los pliegues de lo orgánico y de lo inerte, el individuo se gesta en su intimidad protegida, constituyéndose como pura posibilidad. En este sentido, nos preguntamos si la geografía volátil de las redes de información le brindan la posibilidad de resguardo al internauta o, si por el contrario, lo somete a una vida pública en una suerte de omnipresencia trasparente en la que deshace su singularidad. Nuestro problema es, por tanto, el de la fundación de pliegues en el nuevo espacio virtual.