El carácter itinerante de la obra filosófica de Ricœur nos encamina por un largo rodeo de proyectos abovedados que, remitiéndose unos a otros, anteponen a la vana ilusión de quedar bien definidos y acabados, una muy esperanzadora experiencia fenomenológica y hermenéutica: el trabajo de desentrañar las más variadas huellas de la alteridad; la posibilidad de inventar nuevas vías de acceso a lo insólito. La figura laberíntica con la que el filósofo francés ha revolucionado la filosofía reflexiva contemporánea, exhibe la vehemencia ontológica nacida de la confianza de que, más allá de toda sospecha, es aún factible atestiguar la entrañable donación y hospitalidad de la existencia de sí, de la experiencia dramática del otro y del mundo.