La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera, y los cuentos del uruguayo Horacio Quiroga toman ventaja, narrativamente hablando, de la hostilidad y los secretos que oculta el ambiente selvático para erigir a partir de él un escenario en extremo idóneo para que la muerte no sólo triunfe, sino que también pueda convertirse en un enajenante mental, ley y solución final.
Su obra encuentra una concatenación isotópica que resulta de la condensación de componentes intrínsecos, definitivamente inherentes a la identidad del estilo narrativo de cada uno; con un fin común: el de potenciar la violencia inmanente de la selva hasta convertirla en su mensajera más feroz e incansable.