Si comprendemos la transición como el paso de un sistema a otro, podemos afirmar que el Concilio Vaticano II es una real transición en la vida de la Iglesia. La transición conlleva procesos de avance, de retorno y de aparente invierno, pero el paso ha sido dado, es decir, no puede la realidad eclesial volver a ser la misma que fue antes del citado Concilio. Desde el punto de vista teológico, esta transición conlleva una teología histórica que en primer lugar hace referencia a la cristología como eje de toda teología cristiana; y ello repercute de inmediato en la eclesiología y en el resto de la teología en la Iglesia; teología que desemboca en una espiritualidad con sus consecuencias en el ser y la misión del teólogo como intérprete de la acción de Dios y testigo comprometido con la construcción de la historia en diálogo fecundo con el resto de saberes.