La teología de hoy encuentra, entre sus mayores retos, la exigencia de superar las pretensiones idealistas y racionalistas que se le propusieron a la misma teología como vía única y exclusiva para el acceso a la realidad y a la verdad. Se enfrenta también la teología a las recurrentes tendencias historicistas apuntaladas en la concepción de la historia como primer principio para ser reproducido y repetido en todo presente. A su vez, solicitada por su honda raíz anamnética, la teología se halla reclamada y urgida a otear nuevos horizontes, en los que los sufrimientos y el dolor humano no se conviertan en negación real de todo progreso, sino en el reverso revelador de una civilización catastrófica que excluye, margina y empobrece. Distanciada por igual de la razón racionalista y de la razón historicista que la llevaron a perder la memoria del ser que sufre, la teología parece restablecer su propia identidad y su memoria.