Description
La violencia es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia. Los enfrentamientos y derramamientos masivos de sangre entre seres humanos y la barbarie que deja a su paso ese fenómeno cultural llamado guerra, han sido una constante en su paso por el mundo. El ser humano, como se verá a lo largo del primer capítulo, es un ser que se deja llevar fácilmente por una ira que no tarda en ser imitada por otro a raíz de un objeto de deseo que irremediablemente es compartido en la formación propia del deseo, pero que en la práctica es motivo de irreconciliables confrontaciones que llevan a los sujetos a un ciclo de violencia infinita que, si no se detiene, es capaz de exterminar a toda la población. A diferencia de los animales que poseen unos inhibidores instintivos que no les permite llegar al extremo del autoexterminio, el ser humano tuvo que idearse en algún punto de su paso por el mundo unos inhibidores culturales, ideados por ellos mismo, que les permitiera contener o engañar esa violencia que habita en el ser y que amenaza con desbordarse en el contacto con el otro. Para comprender mejor este movimiento cultural de autodefensa ante una eventual violencia desbordada, abordaremos en el primer capítulo la hipótesis girardiana sobe la hominización del hombre a partir de un rasgo biológico concreto: el desproporcionado tamaño del cráneo y el cerebro. Este rasgo diferenciador físico da paso a una intensidad mimética que lleva al individuo a imitar, no sólo aspectos físicos y comportamentales de un modelo, sino también sus deseos ante el hecho de no saber qué desear ni cómo hacerlo. En este punto, surge la rivalidad entre dos individuos por un objeto de deseo. Ahora bien, el hecho de que el ser humano sea un ser tan mimético y tan susceptible de dejarse llevar por la ira, resultan ser factores esenciales para que la violencia se propague como la peste en un círculo infinito de represalias violentas que no son satisfechas y obedecen a una violencia más originaria. Ante el peligro inminente de no poner freno a dicho contagio mimético, el ser humano, en su momento, se da la caza de chivos expiatorios que dan paso al mecanismo sacrificial y a una violencia diferenciadora (sacralizada) que da paso a lo divino fundando las primeras sociedades humanas y la cultura. Sin embargo, con el pasar del tiempo, dicho mecanismo se fue vinculando cada vez en las modernas instituciones de manera solapada. Lejos quedaron las imágenes sangrientas de cuerpos linchados y martirizados de una sociedad salvaje, para dar paso a una violencia institucional que sacrifica víctimas a partir de sus relaciones económicas y sociales. Sin embargo, la crisis de cualquier sistema cultural se evidencia en el momento en que sus prácticas violentas, a partir de ese monopolio de la violencia legitimada por la población que garantiza la integridad de cada miembro, sobrepasa los límites de coerción al penetrar y destruir lo más íntimo del ser humano a través de la practica justificada de la tortura. En el segundo capítulo abordaremos la tortura como practica estructural que escoge a sus víctimas a partir de unos rasgos diferenciadores. Para ello, tomaremos como referencia los relatos vivenciales de Jean Améry y los sobrevivientes de los experimentos de electroshocks como las voces de las víctimas que, por medio del lenguaje, intentan describir el horror de lo inenarrable. Por otro lado, en el mismo capítulo, abordaremos la voz de los victimarios y sus justificaciones que dieron paso al horror. Para ello, abordaremos los informes médicos del doctor Cameron y Hebb donde se evidencia las pretensiones de control mental a partir de la reconstrucción de una mente estropeada por descargas eléctricas, cocteles de drogas, privación de sueño, entre otros, dando lugar a un manual de tortura implementado por la CIA en Centroamérica.