Kierkegaard presenta al existente concreto, un ser humano común y corriente, nada de especial hay en su figura, simplemente que asume su realidad existencial con la seriedad y la gravedad que esto implica. En constante búsqueda de su interioridad que es la verdad y que por tanto le hace sujeto y protagonista de su existencia, nada frívolo, por eso, es cómico ver a un individuo cuyo parámetro de vida está en lo que hacen y muestran otros. Sus acciones manifiestan la finitud de sus posibilidades, manifestadas en su realidad como persona porque se construyen en la belleza de cada acción, por tanto, es de gran importancia cada decisión que toma pues con esta se juega la existencia plena. Individuo, además, no es sinónimo de solitario, por el contrario, es más bien solidario en la existencia que comparte con la humanidad. Es decir, está inserto en una dinámica histórica que según la época le pide una acción efectiva, esto es que en el hoy por hoy ha de responder al embate que implica los avances tecnológicos. Un espíritu que se abre a la infinitud de su absoluto en donde encuentra su fundamento existencial y sólo allí encuentra como explicar la realidad caduca y pecadora de su naturaleza humana. Pero esto es posible, sólo si auténticamente se vive la fe del cristiano, lo cual, no es tan fácil así como lo presentan las iglesias y los nuevos movimientos religiosos. En suma, todo lo anterior podría ser el individuo a la luz de nuestro Kierkegaard.