Durante mi infancia, nada era más extraño que visitar casas en donde no hubiera consolas de videojuegos. Para algunos padres, los videojuegos alejaban a sus hijos del resto del mundo y en algunos casos su prohibición estaba ligada a la estupidez que producían. Ese no fue el caso en mi hogar. A diferencia de otros padres, los míos siempre tuvieron claro que los juegos eran un elemento importante para mi desarrollo. Aunque desde niño he estado rodeado de glandes películas animadas y cuentos infantiles con divertidas y conmovedoras historias, nunca me han cautivado tanto como los videojuegos. Y no es precisamente porque las historias contadas sean mejores que las ñauadas en otros medios, es por la experiencia proporcionada: por la facilidad que tienen de sumergirme profundamente en los conflictos de sus personajes. La interacción permanente con esos universos originales ha generado en mí niveles de inmersión que no he alcanzado de otra manera.