Lonergan y Habermas no sólo coinciden en concederle un sitio notable a la razón en sus filosofías, y en que ‒cada uno a su manera‒ desarrolla de manera más radical el giro subjetivo de la epistemología que procede de Kant, sino que sus ideas pueden entrecruzarse de manera muy fértil para brindar una mejor comprensión del dominio de la moral. Mientras el análisis intencional de la operatividad de la conciencia que sostiene Lonergan ayuda a aclarar la ética discursiva de Habermas, esta última le exige a la primera transformarse radicalmente en una ética de segunda persona.