La psicología, como muchas otras disciplinas, desde su inicio se ha preguntado sobre lo humano. Este interrogante fundamental ha orientado sus definiciones temáticas, metodológicas e institucionales así como las relaciones interdisciplinarias y las decisiones de intervención tanto personales como sociales. Numerosos problemas van y vienen a través de la constitución del saber y la practica psicológicos; podemos mencionar entre otros las preocupaciones sobre lo innato y lo adquirido, lo organísmico y lo ambiental. Estas diferencias sustanciales han emergido necesariamente al querer acercarse a la explicación del complejo comportamiento humano, ellas después de años de investigación persisten como dimensiones ineludibles del discurso psicológico. Campos de interés aparentemente similares han ido dando lugar a sistemas, escuelas o tendencias psicológicas cuya aparición desarrollo y consolidación se deben a diversos factores como la caracterización general de la ciencia, las demandas sociales, el desarrollo interno de la propia reflexión psicológica, las requisitorias y complementaciones hechas desde otras disciplinas. Sin embargo en las últimas décadas la positivización experimentada en la ciencia ha incluido en cierta mirada psicológica que le da un peso fundamental a los procesos de aprendizaje, al estudio de los comportamientos externos, mediables, verificables, controlables e inclusive predecible, posiciones que ponen en duda la existencia de estructuras internas o por lo menos las relativizan en sus derivaciones menos extremistas, colocan un énfasis central en las relaciones (no interacciones en el sentido en que posteriormente nos referiremos a este concepto) entre el organismo y el ambiente, y han desnaturalizado lo social, lo histórico y lo cultural reduciéndolos a factores o variables bastante limitados.