Es casi un lugar común sostener que las revistas literarias traman las huellassinuosas de la historia cultural. Escribir sobre la revista Sur, luego de los innumerables y extraordinarios aportes de María Teresa Gramuglio, de Enrique Pezzoni y de John King –por mencionar solo algunos de los más significativos y obviando los más recientes, como el trabajo de Patricia Willson–, se torna un problema, puesto que el devenir de un método que insiste en develar los entramados culturales –con una contundente fuerza de intervención en la literatura– que la revista Sur activó desde su aparición en la década del 30 ha generado una especie de densidad y complejidad en el diálogo y en el cruce de cada uno de estos aportes que puede hacer desistir a cualquiera en el intento. No es el caso de Judith Podlubne.