Uno de los aspectos más sugestivos y atrayentes de la naturaleza es su afinidad al cambio. Es una ley que salta a la vista y es innegable, todo cambia. Por esto mismo, en el siglo VI a.C, Heráclito sostenía firmemente que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Sin embargo, a pesar de que todo cambia, no necesariamente cambiamos en un solo sentido o cambiamos para convertirnos en algo completamente diferente. Podemos encontrar innumerables ejemplos de cambios, como un niño transformándose a través de los años para convertirse en un hombre maduro, su cambio más notable a simple vista será su apariencia, pero su cambio más grande es que su esencia de niño ya no existirá como tal. O podemos pensar en un vaso de agua congelándose hasta cambiar su estado a sólido, su apariencia es totalmente diferente pero su esencia es claramente igual, sigue siendo agua. Podemos decir que un cambio de estado, sin importar la naturaleza del mismo, es una metamorfosis.