Presentación: Es probable que a todos nos resulte interesante
la pregunta: ¿Qué pensaba Jesús de los demás, y,
de alguna manera, de sí mismo? Jesús hizo una
pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo y qué
dicen ustedes?”
Ahora le devolvemos la pregunta a Jesús: ¿Quiénes
dices tú que somos nosotros, y qué nos dices
de ti mismo?
Todo discurso y todo comportamiento reflejan
una antropología, porque el hombre se manifiesta
con sus palabras y sus acciones.
Con sus palabras y sus acciones Jesús nos dijo
quiénes somos y cuánto valemos, y de alguna
manera también nos dijo quién era él y el valor
que tiene para todos nosotros.
El presente libro es solamente un ensayo de aplicación
a Jesús y a todo ser humano del mensaje
tan rico, tan profundo y tan iluminador sobre la persona que encontramos en la Sagrada Escritura.
Tanto que un autor judío de reconocida autoridad
se preguntaba si la Sagrada Escritura encierra
fundamentalmente un mensaje sobre Dios
o sobre el hombre.
Nosotros podríamos decir que la Sagrada Escritura
habla de un Dios solo comprensible para el
hombre y de un hombre comprensible y amable
para Dios. En la Biblia Dios y el hombre son sujetos
solo mutuamente comprensibles y siempre
inseparables.
Es posible conocer a Dios porque Dios se ha
dado a conocer. Se puede uno encontrar a Dios
porque Dios se hace encontradizo… en la vida,
en el dolor, en la culpa, en la soledad, en el bien,
en la alegría, en la muerte, en el misterio incomprensible
que es el hombre mismo. Y también se
hace encontradizo de forma inesperada.
En la Biblia, Dios y el hombre son sujetos que
sólo se comprenden uno de cara al otro y, por
eso, nunca son separables. En la persona de Jesús
Dios se manifestó y lo hizo en una cultura
específica. De su corazón y de haberse dejado influenciar
por las personas y sus circunstancias,
Jesús extrajo una Buena Nueva para el hombre,
una Buena Nueva que habla de misericordia, de
reconstrucción humana, de justicia y de paz.