Siempre me ha llamado mucho la atención el tema de cómo el habitar lugares y objetos, los convierte en extensiones de nuestra propia identidad. Esta articulación entre lugares, objetos e identidad sólo es posible mediante las emociones en el sentido en que cada objeto y lugar deja de ser lo que es en su sentido literal para cobrar valores imaginados, en tanto estos viven a través de nosotros dejando huella pero, a la vez, absorbiendo elementos de nuestra propia vida. Esta forma de relacionarnos con el entorno, determina entonces características de nuestra personalidad, clase, cultura y sociedad que definen quienes somos, relación que es cambiante día a día en función de los sucesos y de los paisajes que componen nuestra realidad y las emociones que estos nos producen.