La creatividad desplegada por el movimiento estudiantil para rechazar la reforma a la Ley 30 en 2011, logró que toda la sociedad colombiana se sorprendiera y simpatizara con sus exigencias. En ese contexto, como estudiante de periodismo, el tema de las marchas y movilizaciones me llamó la atención por la cantidad de complejidades que implicaba. Eran muchos factores que estaban ahí en la calle, en el espacio público, en la interacción entre los mismos estudiantes con los transeúntes y los policías. Fui consciente que los medios masivos de comunicación, en general, se habían olvidado de parte del relato, sólo contaban los hechos no su contexto. Si bien lo que sucedía en una manifestación era visible a los ojos de cualquiera, muchas de las prácticas que ahí se inscribían estaban fundadas en un pasado que el movimiento estudiantil reclama, en unas reivindicaciones que ellos no se inventaron, en una decisión por cambiar las cosas que era antecedida por muchas generaciones. Este factor despertó una motivación profesional por ir más allá de lo que pasaba en las movilizaciones, por indagar cómo y por qué los estudiantes actuaban y reaccionaban de ciertas maneras específicas y no de otras.