Las ciencias sociales tienen un débito social porque sus investigadores existen como un sector privilegiado que se ha centrado en buscar criterios de cientificidad internos, olvidando que su primer compromiso que les dio carta de legitimidad en la sociedad es la solución de problemas concretos. En el campo de la comunicación social, este débito se hace muy visible en el distanciamiento que viven los investigadores y los agentes de comunicación popular y comunitaria. Un programa académico centrado en la planificación y la gestión de proyectos comunicacionales podría convertirse en un camino transitable para reducir esta separación.