Una visión exclusivamente legalista del matrimonio, nos tenía acostumbrados a ver esta experiencia humana como una situación estática, hecha y definitiva; como un conjunto de derechos y deberes extrínsecos a la pareja misma y que, en razón del contrato, estaban obligados los cónyuges a cumplir; como una realidad un tanto ajena a la vivencia del cristianismo.